Es algo admirable el comprobar en el
propio pellejo de uno, como la mente tiende a dulcificar y adornar cualquier
tiempo pasado...digamos ponerle guirnalda y serpentina haciendo que, desde los
momentos más jodidos hasta los más gloriosos sean menos jodidos y aun más
gloriosos respectivamente.
No
puedo presumir en la vida de momentos de aquellos calibres, soy más bien de
existencia discreta, tratando siempre de no imitar al perro del hortelano;
aunque como todos, yo creo, he vivido momentos que, sin darles mucha
importancia, a la postre han resultado ser tan cruciales en mi periplo como ridiculamente insignificantes en un instante de este mundo. Uno de
esos momentos me viene a la cabezota como un boomerang que vuelve del pasado
trayéndome un manojo de sensaciones arrancadas y que, sin moverme del autobús,
me transportan ocho años atrás una madrugada de mediados de octubre, cuando
aquel yo trajeado, peripuesto y cargado de Diosabeque se subió a un ALSA
destino Madrid, arrellanándose en el asiento, entre aquel silencio y aquella
media luz compartida por los cuatro gatos que íbamos a Madrid a aquella
intempestiva hora...la capital...ahh la capital...el zoo, el museo de cera,
exámenes de conocimiento y de salud...las cuatro razones que aquel día me
habían llevado a la capital, con el metro y toda la gente de distintos colores y
Méndez Álvaro....joder ¡qué miedo dá Méndez Álvaro! Sería algo magnífico que esos ojos furtivos de metálicos murciélagos que duermen estrategicamente en todo lugar público, pudieran
recopilar la jeta que se les queda a todos los habitantes de capitales de
provincia que llegan recién salidos de su ecosistema, bajan del autobús y ven
aquella amalgama, aquel crisol aderezado con yo que sé que,que invade los
sentidos, desbordándolos y llegando a saturarlos...pero...¡qué cachondos estos de ALSA¡ no solo cobraban los
auriculares deformaorejas a uno euro sino que además ponían una máquina expendedora colgada de la
barandilla de las escaleras centrales; recuerdo que era como las de condones, pareciéndose hasta tal punto que incluso el producto suministrado tenía el mismo número de usos que
un condón. El caso es que aquel demonio de cacharro estaba mal atornillado y repiqueteaba contra las
barandilla matraqueando el sueño de los pasajeros...¡qué dolor de huevos! el
dormir a intervalos entre aquel ruido y la cabeza asaetada por preguntas de
entrevista absurdas, coherentes y maliciosas disparadas despiadadmente por exuberantes súcubos de RRHH, delirios de madrugadas de autobús que hacían mella en
mi entereza de ave de corral."Por favor, antes de abandonar el vehículo asegúrense de que llevan con ustedes todas sus efectos personales. En nombre de ALSA y en el mío propio les agradecemos su confianza al viajar con nosotros, feliz estancia en Madrid", pues bien, este mensaje (ya familiar), mi cartera y el peso de una madrugada que se había ido dejando caer sobre mis párpados suave pero inexorablemente como el contenido de un reloj de arena, fue lo que me llevé de aquel autobús. Y al apearme pude comprobar que cuando otras ciudades recién se están estirando y bostezando, la gran capital ya ha desayunado, ha ido a por el periódico y a sacar al perro...Madrid madruga a lo bestia y yo con estos pelos.... Para redimirme, me puse al ritmo de las hordas subterráneas, guindilla en el ojal y cogiendo cada metro como si nunca más fuera a pasar otro (deteniéndome para hacer consultas ocasionales a mi flamante mapa de bolsillo) y en estas y aquellas, habiendo cruzado el charco sin yo enterarme, emergí en Cuzco donde un falo de hormigón y cristal, atalaya de palomas, se vanagloriaba de controlar buena parte de Madrid (de aquellas aun no se habían erigido al lado de Begoña: Beckham, Figo, Zidane y Ronaldo)...DMR Consulting, aquí es...
después de una enriquecedora toma de contacto, saqué en limpio (gracias a la sinceridad aplastante del señor que nos atendió, se lo agradezco de todo corazón) que en aquel sitio "sabes cuando entras, pero no sabes cuando sales", además, sin haber empezado a currar en consultoría ya sabía lo que quería decir "up or out", ¡qué contentos se iban a poner mis padres!. Empezaba a esbozar mentalmente lo que iba a ser mi futuro
Y entre estos y aquellos pensamientos, al igual que había venido pero, esta vez, dejándome mecer por las corrientes de la topera del metro, me encontré tirado en mi asiento del ALSA, dando el que sería el primero de muchos buenas noches a la Cepa Madre y soñando quizá con un viaje en autobús dentro de siete años, siete añazos...
Y ahora miro al horizonte como Jonás dentro de la ballena y pienso que Madrid es como el villancico de los niños de párvulos en la función de Navidad del cole, no entiendo un cagao, pero me emociona y me estremece.
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