viernes, 27 de abril de 2012

Redoble de conciencia (Cabron Pesetero II)


Es algo admirable el comprobar en el propio pellejo de uno, como la mente tiende a dulcificar y adornar cualquier tiempo pasado...digamos ponerle guirnalda y serpentina haciendo que, desde los momentos más jodidos hasta los más gloriosos sean menos jodidos y aun más gloriosos respectivamente.
No puedo presumir en la vida de momentos de aquellos calibres, soy más bien de existencia discreta, tratando siempre de no imitar al perro del hortelano; aunque como todos, yo creo, he vivido momentos que, sin darles mucha importancia, a la postre han resultado ser tan cruciales en mi periplo como ridiculamente insignificantes en un instante de este mundo. Uno de esos momentos me viene a la cabezota como un boomerang que vuelve del pasado trayéndome un manojo de sensaciones arrancadas y que, sin moverme del autobús, me transportan ocho años atrás una madrugada de mediados de octubre, cuando aquel yo trajeado, peripuesto y cargado de Diosabeque se subió a un ALSA destino Madrid, arrellanándose en el asiento, entre aquel silencio y aquella media luz compartida por los cuatro gatos que íbamos a Madrid a aquella intempestiva hora...la capital...ahh la capital...el zoo, el museo de cera, exámenes de conocimiento y de salud...las cuatro razones que aquel día me habían llevado a la capital, con el metro y toda la gente de distintos colores y Méndez Álvaro....joder ¡qué miedo dá Méndez Álvaro! Sería algo magnífico que esos ojos furtivos de metálicos murciélagos que duermen estrategicamente en todo lugar público, pudieran recopilar la jeta que se les queda a todos los habitantes de capitales de provincia que llegan recién salidos de su ecosistema, bajan del autobús y ven aquella amalgama, aquel crisol aderezado con yo que sé que,que invade los sentidos, desbordándolos y llegando a saturarlos...pero...¡qué cachondos estos de ALSA¡ no solo cobraban los auriculares deformaorejas a uno euro sino que además ponían  una máquina expendedora colgada de la barandilla de las escaleras centrales; recuerdo que era como las de condones, pareciéndose hasta tal punto que incluso el producto suministrado tenía el mismo número de usos que un condón. El caso es que aquel demonio de cacharro estaba mal atornillado y repiqueteaba contra las barandilla matraqueando el sueño de los pasajeros...¡qué dolor de huevos! el dormir a intervalos entre aquel ruido y la cabeza asaetada por preguntas de entrevista absurdas, coherentes y maliciosas disparadas despiadadmente por exuberantes súcubos de RRHH, delirios de madrugadas de autobús que hacían mella en mi entereza de ave de corral.
"Por favor, antes de abandonar el vehículo asegúrense de que llevan con ustedes todas sus efectos personales. En nombre de ALSA y en el mío propio les agradecemos su confianza al viajar con nosotros, feliz estancia en Madrid", pues bien, este mensaje (ya familiar), mi cartera y el peso de una madrugada que se había ido dejando caer sobre mis párpados suave pero inexorablemente como el contenido de un reloj de arena, fue lo que me llevé de aquel autobús. Y al apearme pude comprobar que cuando otras ciudades recién se están estirando y bostezando, la gran capital ya ha desayunado, ha ido a por el periódico y a sacar al perro...Madrid madruga a lo bestia y yo con estos pelos.... Para redimirme, me puse al ritmo de las hordas subterráneas, guindilla en el ojal y cogiendo cada metro como si nunca más fuera a pasar otro (deteniéndome para hacer consultas ocasionales a mi flamante mapa de bolsillo) y en estas y aquellas, habiendo cruzado el charco sin yo enterarme, emergí en Cuzco donde un falo de hormigón y cristal, atalaya de palomas, se vanagloriaba de controlar buena parte de Madrid (de aquellas aun no se habían erigido al lado de Begoña: Beckham, Figo, Zidane y Ronaldo)...DMR Consulting, aquí es...

después de una enriquecedora toma de contacto, saqué en limpio (gracias a la sinceridad aplastante del señor que nos atendió, se lo agradezco de todo corazón) que en aquel sitio "sabes cuando entras, pero no sabes cuando sales", además, sin haber empezado a currar en consultoría ya sabía lo que quería decir "up or out", ¡qué contentos se iban a poner mis padres!. Empezaba a esbozar mentalmente lo que iba a ser mi futuro
 Y entre estos y aquellos pensamientos, al igual que había venido pero, esta vez, dejándome mecer por las corrientes de la topera del metro, me encontré tirado en mi asiento del ALSA, dando el que sería el primero de muchos buenas noches a la Cepa Madre y soñando quizá con un viaje en autobús dentro de siete años, siete añazos...
Y ahora miro al horizonte como Jonás dentro de la ballena y pienso que Madrid es como el villancico de los niños de párvulos en la función de Navidad del cole, no entiendo un cagao, pero me emociona y me estremece.

miércoles, 18 de abril de 2012

Queda un minuto...


Queda un minuto...

Si hubiera sido cierta esa frase,no habría tenido el brazo "de trapo" durante 2 semanas...

Todo empezó(y acabó) en la ultima clase de "spining" a la que tuve el honor de asistír.
Cuando llevas unas semanas yendo al gimnasio y ves que aguantas más de "cinco minutos" corriendo sin parar,parece que ya estas preparado para dar el salto y colarte en una clase de "spining",o de "g.a.p"(bueno,esto del "g.a.p" tendrá un post aparte).

Un lunes de hace un par de semanas asistí a la primera clase.Nos tocó el típico tío,que querrías tener de profe en el instituto,esos que te dicen que te esfuerces todo lo que puedas,pero que si no puedes no pasa nada,que otro día podrás y que puedes ir a tu ritmo.Y ahí es donde me confié...

Después de esa primera clase liviana y que aguanté como un campeón,llegó el miércoles lo que vendría a ser,"la venganza de Fredy Kruger y Jason con la sierra mecánica oxidada".
El nuevo profesor comenzó la clase ya como cabreado,se sentó en su bici y comenzó a pedalear,como con mala leche,dijo "hola" a su camiseta,se puso el micrófono y dijo:
"poneos de pie y la bici a 17 que empezamos".(puntualizar que las marchas de las bicis que allí usamos van del 0 al 20).Ya empezamos mal.
Pasados un par de minutos en los que sorprendentemente aguante sin sudar,dijo "queda un minuto",me vine arriba pensando que aquello iba a estar chupao,y aceleré al máximo para poder aprovechar ese ultimo minuto antes de relajar las piernas un poco.Pasado ese minuto dijo:
"seguimos de pie y ahora subimos a 19",ahí ya me mosqueé,mire alrededor,pero nadie parecía haber entendido como yo,que cuando te dicen "queda un minuto" ,¡¡es que queda un puto minuto!!!!

A partir de ahí,reconozco que tengo una cierta neblina de lo que paso,creo que por no quedar como un cobarde aguante la clase entera,aguanté ¡¡ los 45 minutos!!!que se prolongó esa agonía,entre mareo y mareo escuche otras 10 veces lo de "queda un minuto".
Cuando terminó la clase y conseguí bajarme de la bici,vi que me había quedado solo,y tuve que pedir que me dejara salir del gimnasio a la mujer de la limpieza.

Así me encontré la sala cuando conseguí levantarme de la bici.

Es cierto que físicamente no debía estar tan mal porque al día siguiente no tenia agujetas,sino un leve malestar en el hombro,y algún que otro pinchazo en el antebrazo.
El viernes ya fue otra historia,me levante con el "brazo de trapo" o "brazo de muñeco",porque no podía moverlo y me dolía a rabiar,lo que viene a ser desde el hombro hasta la mano(que se me puso como una bota).Y hasta el mero hecho de colgar el brazo de mi cuerpo dolía bastante,supongo que es debido a esa ley natural que le obliga a colgar del hombro.
Tuve que ir al masajista de urgencia,y parece que ahora he recuperado la mitad de la movilidad del brazo y tengo, del hombro al antebrazo, morado.Puedo vestirme solo,y limpiarme solo cuando voy al baño,cosa que no podía decir hasta entonces.


viernes, 13 de abril de 2012

Adiós plegaria de piedra (Cabron pesetero I)


Hay pocas cosas que me empujen tanto a la reflexión y a la observación como un viaje de casa a la capital ó viceversa y la verdad, no sabría exactamente explicar el porqué de esto. Quizá pueda deberse a que los sentimientos están más a flor de piel, a la ida por el hecho de ir al encuentro de los padres y de la tierra y a la vuelta por acabarlos de dejar atrás.El caso es que en ambas circunstancias, las ventanillas del autobús se presentan a mis ojos como aparatos de rayos X que burlan cualquier capa ó disfraz tras el cual quiera ocultarse la realidad, mostrándola desnuda, muerta y abierta en canal para que poder libremente revolver sus entrañas y llorar sobre ellas. 
Pero antes de la autopsia, hay que prepararse: no vale cualquier autobús, se requiere comodidad en el asiento, ausencia de acompañante y por supuesto ventanilla; música adecuada también ayuda. Una vez se dan todas las condiciones es lícito dormir, se puede planchar la oreja hasta las 19 horas más ó menos, ahí es justo cuando el sol, después de haberse madurado así mismo, se muestra ante los propios ojos, como una naranja ó un melocotón enorme y jugoso que poco a poco, por su propio peso, va haciendo ceder una rama invisible que a duras penas lo sostiene y no logra librarlo de ese horizonte exprimidor que un día más lo desangra sobre el llano castellano dejándolo teñido de amarillo, de naranja, de ocre y de algún color más cuya existencia solo cabe en el ojo femenino.




 
Y entre toda esa sangre y toda esa piel y todos esos músculos ajados por el paso de los siglos, se dejan ver aquí y allá los órganos, islas de casas cuya existencia es revelada a lo lejos por la picota de una iglesia que vio nacer a las espigas que la rodean y que hoy, más que solemne parece yerta, como los cipreses que a distancia prudencial y sin quitar ojo de los muertos a los que custodian, llevan la cuenta de los que aun faltan por pagar el peaje, semillas de un campo de cruces que un día se habrá de llenar dejando sola contra el tiempo aquella torre de piedra, haciendo del cementerio pueblo y del pueblo cementerio.

Ver como muere la tierra de uno, desgarra por dentro, pensar e imaginar en los pocos que habitan el pueblo, en los jóvenes única esperanza que, como yo, se han ido a probar fortuna a la capital mientras todo va envejeciendo y muriendo, llevándose un pedazo de uno mismo. Y luego las vecinas que preguntan: “¿y cómo te va por la capital?” “pues ya estamos hechos a ello” “¿y te gusta aquello?” “bueno...no está mal” “¿y el metro...?” “desde que descubrí que después de que se va un tren viene otro...bastante mejor...” “huy, tú ya no vuelves” “hay que vivir...aquí se cobra la mitad, pero claro, las cosas no cuestan la mitad”...y detrás de esas preguntas se oye alto y claro el eco “has traicionado a tu tierra y a los tuyos, cabrón pesetero”...

lunes, 2 de abril de 2012

Madrugadas y mediodías


No es sino en esas madrugadas de algo parecido al invierno en que el portazo de la casa al despedirnos se calla ante el gélido bofetón que recibimos del vientecillo mañanero, ese que nos deja el rostro entumecido.
No es sino en esas madrugadas de algo parecido al invierno en que apretamos nalga contra nalga y nos dirigimos raudos a la madriguera del metro, nuestras piernas en piloto automático y el cálido olor a goma de escalera mecánica.
No es sino en esas madrugadas de algo parecido al invierno en las que las corrientes viciadas de los andenes se convierten en un soplo cálido, preludio de algo bueno, de algo que pasó y que no se sabe cuando volverá a pasar, pero que pasa un momento a saludar.
Y ahí esta el vagón...el calor aun no llega a los pies, de hecho no se sienten los pies. Optamos por quedarnos erguidos, rectos; si acaso contra una puerta ó cogidos de una barra, porque...en el metro, la verticalidad es óptima para evocar, mientras que los asientos del metro son mecedoras, que con su vaivén nos sumen en un letargo que embota nuestros sentidos.

Calzando un 46, dormirse de pie es algo viable, pero una vez se engancha un recuerdo, es complicado soltarlo, ó más bien, que te suelte...y más aun cuando hablamos de un recuerdo de libertad, de un verano que pasó, de un día en que Madrid se derretía mientras el aire acondicionado de la oficina mantenía fresco el aplatanamiento general, era mediodía y la poca actividad mental de aquella hora estaba centrada en el hambre que chillaban los estómagos vacíos...ó lo mismo no tan vacíos pero ávidos de escapar de ahí...y fue entonces cuando alguien ó algo dijo aquello de...”¿por qué no nos vamos a tomar algo?”, ¡qué locura!, ¡pero joder! Si estamos delante del ordenador pensando en sexo y en comida, seamos serios por favor...¡irnos al bar! ¡qué país!...minutos después la naturaleza muerta de la oficina se había difuminado para dar paso a ese oasis del bar, ecosistema peculiar donde los haya sobre todo cuando se desarrolla en el hábitat del barrio ó de un polígono industrial; maravillosa fauna y exquisitos manjares y bebidas desfilan ante nuestros ojos mientras los grilletes se empiezan a aflojar, alzar el brazo “una caña”, pero joder, ¡qué hambre! “un pincho de tortilla” y nuestros tobillos y nuestras muñecas adelgazan súbitamente, los grillos nos bailan, su agonía metálica apenas se oye entre los murmullos del organismo viviente que es el bar...y llega la caña, tirada con mimo, como si preparan un biberón y ¡atención!ahí está la tortilla, hecha con mimo hace tres días, saludándonos con ese calorcillo siniestro que un microondas, prostituta eléctrica de bar que calienta a quien quiera que le metan, le ha donado.
Y es con el primer trago y el primer bocado que las cadenas caen al suelo con pesadez y es con el primer sorbo que uno se siente libre, y llegan las coñas y los planes para la tarde, para el finde...y el tiempo que venía arrastrándose al ritmo del calor de un mediodía cualquiera de julio en la capital, acelera como la caña al deslizarse por el gaznate: ya no hay jefes, ni oficina, ni tedio, ni nada...solo la caña, el pincho, los colegas y el bar, el ecosistema, la selva en la que somos leones...y suena la voz de la señora esa que siempre está tan animada a cualquier hora y que se sabe el nombre de todas las estaciones (hasta las del metro ligero), avisa que ya hemos llegado y que es algo parecido al invierno, me bajo pero el recuerdo sigue trayecto, seguramente hasta un verano de estos, en que nos decidamos de nuevo a cortar los grilletes y sentirnos reyes cuyo cetro es la caña y cuyo orbe, el pincho.

Nota: aunque el pincho es un clásico, se puede experimentar la misma sensación si se pide un sándwich vegetal que, si bien se considera un manjar metrosexual, con mayonesa y mostaza (sí sí mostaza) está cojonudo.